viernes, 15 de agosto de 2025

EL CIELO

Hace unas semanas, me hicieron una entrevista en profundidad para la revista DE SUR A SUR EDICIONES:

Y me pidieron un relato para publicar en la misma. Ahí va, el cielo, tan importante en estos días:

                                                             EL CIELO

Cuando éramos pequeños nos tumbábamos en la hierba, o en suelo de la plaza, y mirábamos el cielo. Cómo pasaban las nubes o, en el atardecer, volaban, llenos de vivacidad, los vencejos. Y, entonces, nosotros cerrábamos los ojos y, luego, después de un rato, los abríamos a ver cuánto había cambiado el mundo. Dónde estaba aquella nube regordeta, que era como una vaca con unas tetas enormes, o si el sol había doblado ya la esquina del campanario y quedaba, en aquel instante, partido en dos, sacando aquellos brillos misteriosos e incandescentes de la campana. Y del reloj de la torre.

 

Aunque no lo sabíamos entonces, debía ser ya el destino, incierto, caprichoso, imprevisible, que nos sobrevolaba a todos nosotros, diminutas hormigas indefensas y confiadas, mirando al cielo. Destino, muchas veces alegre, juguetón, risueño. O, a veces, doloroso. Como aquel día.

 

Se acercó tu primo pequeño.

 

«Terele —como así te llamábamos—, vete a casa, tu madre está muy mal».

 

 Y nosotros te observamos un momento cómo te levantabas. Y, luego, continuamos soñando con las nubes de algodón y misterio. Y con los vencejos, esos bullebulles alados, que eran tan veloces como nuestra imaginación de entonces.

 

Y, luego, todo pasó tan deprisa. Aquel sonido de campanas: ding, dong, con una pausa grande en el medio, llena de lutos, de suspiros y de lágrimas.

 

Tardaste en venir con nosotros. A tumbarte y ver el cielo. Tal vez era ya otra estación. Te pusiste a mi lado. Y me di cuenta que no cerraste nunca los ojos. Torpemente, te pregunté:

 

«¿Es que ya no confías en el cielo?».

 

 Ojalá me hubieras dicho que no. Que ya no confiabas. Solo me miraste como una chica mayor, como si estuvieras ya mucho más lejos.

 

Te fuiste como quien se aburre de un entretenimiento infantil y caduco. Y, quién sabe por qué, poco a poco, todos dejamos de jugar a aquel juego. Yo fui el último. De hecho, todavía lo hago. Y no es porque me hayan dado menos palos que al resto.

 

Simplemente, me gusta mirar el cielo. Como otros juegan a las cartas o ven la televisión. Mientras, la vida también pasa. Yo la veo mirando las nubes, o a los hijos de los hijos de los hijos de aquellos vencejos, que siguen volando tan rápido como entonces, tan lejos como mi imaginación pueda llegar.







    Disfruta leyendo: REGRESO AL SAUCE CURVO:https://t.ly/05tJH


jueves, 7 de agosto de 2025

VERANO

 Muy ocupado estos días, con mil temas menores, pero que tenía abandonados desde no sé ni cuándo. Terminé mi novela, ahora está en periodo de reposo, como mi dedo, que no mejora tanto como quisiera porque sigo escribiendo, aunque sea a la pata, digo al dedo, cojo.

Lo  que sí he hecho es regalarme mi premio, nuestro premio, porque mi musa y yo vamos en el mismo barco en esto. En septiembre, nos iremos ocho días a un país europeo, de los pocos que no conozco.  
Tenía la ilusión de conocer también las cataratas del Iguazú y recordar Buenos Aires, pero, al final, tendrá que ser al año que viene. Bien apuntado queda.

Tengo pendiente escribir sobre mi reciente viaje a Londres, a veces pienso en reunir mis artículos para un libro: "Viajes de un escritor". A ver si así tiro de mí. Muy aleccionador ha sido, per se, y sobre los problemas de la emigración. A ver si tengo tiempo, y dedo, un día de estos.

Unas cuantas fotos de recuerdo y para que no se me olvide.

En la London Business School




Junto al parlamento:



Tengo la sensación de que se nos pasa el verano, buscando en mis archivos, uno tiene ya tanta obra que puede encontrar en ella casi todo lo que se le ocurra, he encontrado este post que me viene como anillo al dedo. Ahí va, con mis más sinceros deseos de que disfrutéis de lo que queda del verano. 



VERANO

No sé lo que tienen las estaciones. Esa compartimentación del año que, en España, tenemos la suerte de que se muestre tan acusada. Que invitan a parar, levantar la cabeza, y hacer un alto. Antes de seguir pedaleando, claro. Que eso es la vida: un verdadero tour de estaciones. De vivencias, quiere uno decir.
Llega el verano, y uno no sabe por qué, pero lo siente, que es la manera más intuitiva y rápida de saber: ha llegado la época, el momento de disfrutar. Y de descansar, claro.
Porque los años, los estudiantes lo saben bien, no terminan en diciembre, sino en julio. Dicen que cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso y se les empezó a aplicar la fórmula: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, empezaron los años que ahora nosotros conocemos.
Y uno se arrastra como puede, hasta llegar a las empinadas cuestas de junio, suspirando por llegar a la cima. Desde la cual comenzará un periodo lánguido de dulce descenso. Mientras el sol dora tus contornos y la brisa te acaricia con su música reconfortadora.
Probablemente viajes a otro sitio. Donde la memoria no te recuerde tu encadenamiento a la maquinaria de la producción y de la supervivencia, encima ahora, para más inri, tan selectiva. A algún otro sitio que te permita volar de nuevo, elevarte sobre tu cutre realidad. Soñar con muchachas medio desnudas que nadan parsimoniosamente en calas doradas por el sol. Recargar las pilas de tu ilusión, de tus nuevos proyectos. Pero sin estresarte, sobre todo sin estresarte.


Porque el verano es época de lamerse las heridas. De vivir, por una vez al año, con ese hedonismo reparador y dulcificador de la existencia. Es época de sentir. De despertar los sentidos, tan atrofiados durante el resto del año, y descubrirse uno con todas sus potencialidades. Pero no para trabajar, ni para uncirse a ningún yugo. Sino para saborear lo bueno de estar vivo: El disfrute de la naturaleza, de la gente que te rodea, de tus sentidos que son la ventana que te comunica con el mundo. Pero, sobre todo, contigo mismo.
¡Bendito verano y benditas vacaciones! Que llegan, puntualmente, una vez más. Aunque sea con más cicatrices y con menos euros en la cuenta. Qué más da. Eso quedará para septiembre.
Ahora es el momento de disfrutar. De vaguear. De descubrir que alguna vez fuimos dioses. Como antes de que existieran las estaciones. Como antes de aquel terrible: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Como cuando todo el año era solo un largo, larguísimo e interminable verano.
SI NO LA HAS LEÍDO TODAVÍA, ACÉRCATE A
MI NOVELA "REGRESO AL SAUCE CURVO".
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viernes, 1 de agosto de 2025

PRIMER ANIVERSARIO

 




Hoy, justo hace un año, nuestros hijos nos llevaron a Las Vegas a recasarnos tras 35.
La verdad es que tiene su gracia verse otra vez de recién casados en nuestro primer aniversario. La ilusión mueve montañas. Y una buena excusa para volver a celebrado todos en Londres donde vive uno de nuestros hijos. ¡Porque haya muchos más!
Yo lo recordaré también porque he acabado, justo hoy, la primera versión de mi nueva novela. Bastante satisfecho. Ahora queda lo más importante. Ya os contaré.
UN PEQUEÑO RECUERDO DE LA BODA DE LAS VEGAS: https://www.youtube.com/watch?v=OOm0bGouuYI



Tras un esguince que me hice en Sace,tengo inmovilizado un dedo. El trauma me tiene prohibido escribir, salvo lo indispensable, así que me dedicaré a leer estos días.

Recobro para vosotros este post que escribí hace algún tiempo sobre este mes que empezamos hoy:

EL REY SOL: AGOSTO, AGOSTO...

Recuerdo, de niño, cuando salía al campo de La Alcarria. En el tiempo de la siega. Que doraba los campos de un oro y amarillo furiosos,  infinitos. 
  Y, a veces, me tropezaba con las chicas y las mujeres por los caminos polvorientos. Eran como momias egipcias, vendadas de arriba a abajo, cubiertas de blanco, excepto los ojos, misteriosos y oscuros. Como  pozos hondos en el interminable horizonte quemado, abrasado por el sol.
    Entonces a las mujeres les gustaba la blancura en agosto. Como a las japonesas en todo el año. Quizá sabían, o intuían,  lo que una vez dijo el maestro: Una mujer blanca y sin ropa, está doblemente desnuda.
    Hoy me atorro, como todos, en una playa del Levante. La verdad es que el solazo frente al vaivén de las olas tiene su encanto. Esa dejadez, esa laxitud compartida, ese dominio absoluto del rey sol casan a la perfección con ese estado de ánimo que nos ofrecen los largos agostos aburridos y divertidos a un tiempo.  Aburridos por el día  y por la noche, ¿quién sabrá?
   Y las chicas se doran, se fríen al sol, vuelta y vuelta. Desconociendo, o tal vez no, que lo mejor siempre será ese espacio blanco y doblemente desnudo entre tanto marrón de quemazones y potingues.


  Pero uno aprendió hace tiempo que no se pueden, ni se deben, imponer los paisajes. Ni exteriores, ni interiores.
   Sino adaptarse a ellos. Formar parte de los mismos como una pieza más del puzzle  en el que agosto nos engulle a todos.
  Porque es el tiempo del rey sol. En el que todo quisqui claudica, excepto que esté a la sombra o  enchufe el “Air conditioning”.
  Y piensa entonces, fresquito, cuánto calor debían pasar mis paisanas de La Alcarria, o las japonesas, entre otras, por lucir blanquitas. Por renunciar a inclinar la cabeza ante el rey sol.
  Y yo me meto y salgo del agua, cada dos por tres.  Y luego vuelvo a la sombrilla. Porque soy de los falsos morenos a los que el sol les sienta mal. Y no se doran ni aunque los lleven a la hoguera de la Santa Inquisición.
   Como mucho se van poniendo rojos como un tomate. Quizá es que a uno no le gusta arrodillarse. Ni ante el rey sol. Ni ante la madre que lo parió. Agosto, agosto…
  Había una canción que no sé si recuerdan: Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso… Pues eso.

Y, para el que no lo haya leído, no os perdáis EL DONANTE,  seleccionado por Amazon como uno de LOS LIBROS DEL MES.

jueves, 24 de julio de 2025

ME VOY DE VIAJE


Ahora que estoy haciendo la maleta para un viaje, de solo unos días, a Londres, pienso en que todo viaje tiene una ilusión, me acuerdo de esto que escribí con motivo de algún otro.
Lo importante, cuando te vas, es dejar en tu lugar de residencia las cosas en orden, para abandonarte y disfrutar entonces a tope. Y yo me voy contento: he cumplido con lo que me piden para la Revista Cultural de mi pueblo y le he dado un empujón casi definitivo al primer borrador de mi novela. Así que a disfrutar al lado del Támesis.
LA ILUSIÓN DE LOS VIAJES
“Invertir en viajar es invertir en uno mismo”
Matthew Karsten
Miras por la ventanilla y una alfombra blanca, de espuma, se extiende hasta el infinito. Debajo, el mar, al que sólo intuyes entre los intersticios del suelo de algodón, de nubes.
Sí, miras por la ventanilla y encuentras el mundo al revés: con las nubes a tus pies y, encima de ti, nada. Sólo un aire puro y azul que no tiene límites.
Es lo bueno de los viajes, que todo tiene otra perspectiva. Y otra ilusión. Haces, por un tiempo, la vida de los pájaros, que a mí, no sé por qué, me han parecido unos animales siempre contentos, rayando en una deslumbrante alegría...
Tú, a lo mejor, has tenido la suerte de viajar mucho. Ahora vas a New York y aterrizarás a unos palmos del mar, casi surfeando sobre las olas. Y has cruzado de noche por el Ártico, sobre un mundo de iglús y de silencio helado. O sobre las decenas de volcanes de la Isla Blanca de Nueva Zelanda. O justo por encima de la Cordillera Andina. O de los Himalayas. Qué más da.
Viajar, volando o a ras de tierra, es cambiar de realidad, que es lo que hacemos cuando soñamos. Así que en los viajes tú aprovechas para renovar tus sueños. Tus ilusiones. Y los amores que mueven tu existencia.
Aprovechas para cargar las pilas. Para romper las amarras que te atan al día a día, a la cruda realidad. Y elevarte, por un momento, como una cometa una mañana luminosa de domingo. Hasta donde te lleven los vientos y las manos temblorosas, y gozosas, de un niño, que serán tu única brida.
Y, entonces, desde lo alto, todo parece más ligero, más luminoso, mucho mejor. Como el mundo que esperas encontrar cuando llegues. O cuando regreses. Al que tú pintas las esquinas de ese color mágico y dorado que, tú sabes, porque a lo mejor has viajado mucho ya, se irá oxidando con el paso de los días y cubriéndose de ese moho en el que se acumula la rutina y la inercia.
Pero también sabes, porque lo has sentido tantas veces, que debajo de esa costra grisácea y anodina, duermen los sueños, con sus alas plegadas. Como las mariposas sobre los pétalos de las flores, en la oscuridad de la noche. Esperando que, de nuevo, un día abras las ventanas y todo se llene de luz, de nuevo.
La luz que produce un viaje en el horizonte, aunque sea al otro lado de la esquina.
Como cuando te llevaba tu padre a las afueras del pueblo y soltabais una cometa. Y se elevaba sobre el cielo. Y el domingo parecía otro. Mucho más largo. Tanto, que el lunes no llegaba nunca, mientras jugabas, una y otra vez, entre las nubes...
Y la mejor novela para leer mientras viajas, también habla de otro viaje: REGRESO AL SAUCE CURVO: https://t.ly/05tJH. Disfrutarás.
Fotos: en las torres Petronas de Malasia y en Marina Bay, Singapur en el verano de 2023.






sábado, 19 de julio de 2025

PEQUEÑOS PROYECTOS. GRANDES MOMENTOS VITALES.

 

Para el escritor en estos días solo hay un proyecto que domina su mente: terminar su novela. O eso cree él al menos. La verdad es que las esclusas que antaño levantaba para aislarse en su creación literaria cada vez son más unas débiles barricadas que la vida que le asedia y le rodea, como a cada cual, salta con facilidad.

Otro dos días sin escribir una palabra. Ha ido a su pueblo porque el césped y un montón de cosas más le reclamaban. Han sido cuarenta y ocho horas intensas a más no poder. ¡Por fin ha conseguido dominar al artilugio programador del riego automático, el pasado año lo hizo su hijo, pero, cada vez se da más cuenta, que le conviene ser autónomo porque si no va listo. Se acuerda de lo que le decía su padre, cuando él entonces ejercía de hijo: "Siempre que te pido algo, nunca estás. Y, cuando estás, tardas tanto en atenderme que ya me lo he hecho yo".¡Pues eso!

El escritor tiene una mente bulliciosa y se mete en mil proyectos. Tiene muy buena voluntad pero los trabajos manuales nunca se le dieron bien. De joven, ahora es una medianía,  era un chico muy listo: sacaba todo matrículas, menos gimnasia y trabajos manuales, que le aprobaban porque en ellas no suspendían a nadie. Sí, era muy inteligente o, quizás, solo pasaba que si le quitaban la beca se acababan los estudios para él.

Se ha propuesto montar un serie de baldas para ordenar sus varios trasteros, nunca tira nada así que guarda cosas inverosímiles: desde los apuntes de la carrera, hasta sus primeros poemas casi de niño, las dos guitarras que intentó tocar y dejó a medias, un caballete de pintor con una caja de óleos y un maletín, para un curso que hizo por correspondencia, las botas de la mili, una piedra volcánica que se trajo de Canarias y en este plan. Lo de montar las baldas y luego clavarlas en la pared, le lleva horas y horas, y, aunque no ha terminado, se siente más orgulloso que si hubiera escalado el Everest. Se ha hecho también un especialista en desbrozadoras, segadoras, así que no para. También tiene que atender a su mujer, claro y, aunque es un hombre discreto, poco dado a las ínfulas y alharacas tiene que hacer una mínima vida social.

En una de estas le metieron a empujones en la Asociación de Vecinos, y ahora le piden que haga algo para el pueblo en el terreno cultural.  Le contesta al presidente que es esclavo de su novela, pero, como  a veces es un blandito, acaba comprometiéndose con un tema que ya veremos cómo sale. Si es que sale. Otra piedra que se cuelga al cuello.

En estas, se le ocurre que ahora que tiene casa en el pueblo un poco más grande, después de la ampliación que le ha llevado tiempo y esfuerzos mil, desearía hacer una especie de museo en un pequeño inmueble auxiliar que tiene, a fin de colocar en él casetes, vídeos, radiocasetes, tomavistas, máquinas de escribir, ordenadores primitivos, etc. En fin, también quiere retomar el piano eléctrico, el cine amenaza con llamarlo de nuevo y el hombre tiene además la friolera de cuatro bodas este año. Todo se conjura para que su literatura del alma se quede con las migajas de su tiempo.

Eso le pasa, porque no le gusta una cosa o la otra, sino una cosa y la otra, como le repite cada dos por tres su mujer, y tiene más sueños que el mismísimo Platón, menos mal que ella es práctica por los dos y, al final, pone orden en esta cola de proyectos que amenaza con estrangularlo.

Y, además, la literatura siempre gana. Le afloja la soga unas horas, o días, para que respire un poco y luego vuelve a lo suyo. Faltan diez minutos para que termine el día de hoy, los únicos que tiene para divagar sobre estos proyectos vitales tan agradables. Mañana entrará de hoz y coz de nuevo en su novela y todo se postergará hasta nuevo aviso. Le quedan tres capítulos y tiene que rematarlos en esta semana sí o sí.

Volviendo a Madrid esta tarde escuchó en el coche una canción que hacía mucho que no oía y que le gustaba mucho. Inspirándose en ella escribió este artículo para Iberoeconomía, que apareció luego  en su libro Mil palabras para la felicidad.  Al escritor le gusta todo y todo le hace pensar. Y lo comparte con sus lectores, por supuesto, en este diario literario y personal. Ahí va:

¿LOS ÚLTIMOS ROMÁNTICOS? ¿ALGO MÁS QUE MATERIALISMO?

Un modo, quizás nada sofisticado pero sí bastante preciso e identificativo del sentir general de la gente, particularmente del de la juventud, es auscultar el latido del corazón de cualquier canción popular y representativa del momento. A mí me sorprendieron hoy, y me dieron qué pensar, estos sencillos versos que canta, envueltos en una musiquilla dulzona y pegadiza, María Artés y que yo escuché en la radio, mientras resbalaban por los cristales del coche las cataratas de una lluvia consistente y melodiosa, “Dicen que los románticos han muerto, pero yo no sé si eso es del todo cierto”, decía la canción ¿Qué opinan ustedes?
Ya el hecho de hacernos esta pregunta, cuando comenzamos a estar asustadísimos por la nueva crisis que llega, la incertidumbre del resultado de las enésimas elecciones, los vaivenes de la bolsa, la guerra comercial interminable de Donald Trump o el no menos interminable y tedioso proceso del Brexit, tiene su mérito. Parece ser que todavía hay tiempo para algo más que el materialismo rampante que nos rodea, también por doquier, como el invierno.
Porque si a algo se ha dedicado la humanidad en los últimos doscientos años, y con un éxito incuestionable, es a proveernos de cobertura material para nuestras crecientes e insatisfechas necesidades. Y esto es así, sin duda alguna. Aunque este éxito no oculte ni justifique desequilibrios, desigualdades y errores mil en el proceso. Veamos algunos datos sobre ello: en 1900 el PIB mundial se situaba en 1000 millones de dólares, hoy alcanza los 80 billones de dólares, un crecimiento de 30 veces en términos reales (3000 por cien).
Ello ha permitido hacer frente al incremento de la población mundial que ha pasado de los 1500 millones de personas en 1900 a los 7400 millones de individuos que hay actualmente. Y, al mismo tiempo, multiplicar por ocho la renta per cápita desde los 2000 dólares de media en 1900 a los más de 16000 dólares actuales. Esto se podría resumir en que una persona de clase media hoy, vive mejor que lo hacía por ejemplo el emperador Napoleón: mejor higiene, mayores comodidades, mejores servicios, mucha más longevidad etc.
Todo esto está muy bien y hay que continuar en esta dirección y, a la vez, incrementando de paso la justicia social. Pero, ¿no estaremos muriendo también del éxito del materialismo? Hoy todo triunfo que no se vea referido al dinero, en general no se considera verdadero éxito. ¿Ustedes creen que nuestro nivel de felicidad también se ha multiplicado treinta veces sobre el de nuestros recientes antepasados? Yo, solo comparando los tiempo de mi niñez y los actuales, me la jugaría sin dudarlo manifestando que a nivel de felicidad (que incluye no solamente el componente material de nuestra esencia, sino también el espiritual), las cosas puede que hayan mejorado, yo soy de los optimistas que creen que en términos generales el mundo siempre avanza, pero en todo caso muy, pero que muy por debajo, de lo que lo ha hecho el nivel material. ¿Será por eso que los románticos han muerto, como se preguntaba nuestra cancioncilla pop? ¿No nos estaremos pasando la vida adorando al becerro de oro o, inclusive, al oro del becerro, apartando de nuestro camino todo lo demás?
Un genial humorista de nuestro tiempo, el gran Woddy Allen, lo dice muy claro: “El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”. ¿Seremos capaces todavía de reaccionar a la inmensa ironía que destila esta reflexión? ¿O, simplemente, estamos ya tan contaminados, tan obsesionados con el metal amarillo, que aceptaríamos sin rechistar lo que decía otro gran genio del humor como Groucho Marx?: “¡Hay muchas cosas en la vida más importantes que el dinero! Pero…¡cuestan tanto!”.
Quizá por ello el número de suicidios en España, y en todo el mundo, no deja de crecer paulatinamente. Ya es la primera causa de muerte violenta o externa en nuestro país. Parece que no estamos demasiado contentos con nosotros mismos. ¿Y con los demás? Las relaciones de pareja tampoco pasan por su mejor momento, con un gran y creciente número de rupturas y conflictividad, muchas veces violenta, entre sus miembros. Y con una falta de compromiso a largo plazo muy evidente. Tampoco queda tiempo para los hijos, que son algo caro y que supone mucha dedicación, por lo que a mayores rentas menor descendencia; y las personas mayores se ven abocadas en su gran mayoría a una soledad a menudo olvidada y desatendida, aunque sea bien cubierta en sus aspectos materiales.
¿Qué está pasando? ¿Nos estamos acostumbrando a vivir, de forma individual, cada uno encerrado en nuestra propia burbuja económica? ¿Manejando como podemos la gran frustración de no poder obtener todo lo que nos rodea y, sobre todo, de no poderlo alcanzar ya mismo? ¡Parece que lo que no sea satisfacción inmediata es frustración y fracaso! Esta es la gran creencia de nuestros tiempos, el resto de las mismas: religiones, filosofías, pensamientos críticos, etc., están bajo mínimos. Un amigo mío lo tiene muy claro: “¡Vamos a ver, el dinero a lo mejor no es Dios, pero como mínimo es la Virgen, ¿no te digo?”.
¿Cómo no se van a estar muriendo los románticos? El romanticismo quiere decir sentimientos, amor a la naturaleza frente a la civilización, como reflejo de lo puro y genuino. Sentido de la transcendencia del hombre frente a la inmediatez del corto plazo. ¡Idealismo! Solo algunas causas solidarias, el cambio climático y desarrollo sostenible, las medidas de conciliación y los horarios razonables, algunos brotes verdes en cuanto al resurgimiento de la familia, las actitudes libertarias y a contracorriente de unos pocos, parecen insuflar algo de ilusión para pelear contra toda la fuerza del metal amarillo, tan necesario por otra parte, ¡ojo!, pero en sus debidos términos.
Ya nos lo dijo el gran Alejandro Dumas, hace casi 300 años: “No estimes el dinero ni en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo”. Y dos mil años antes que Dumas, ya nos aconsejó Menandro de Atenas: “Bienaventurado el que tiene talento y dinero, porque empleará bien este último”. O, quizás, sea todo inclusive más sencillo, como nos recordaba hace no tanto Jackson Pollock: “La felicidad es una estación de parada entre lo poco y lo demasiado”.
“Dicen que los románticos han muerto, pero yo no sé si eso es del todo cierto”, habla la canción, que luego continúa: “Dicen que los poetas sin fortuna, ya no cantan a la luz de la luna”. Un gran filósofo como Ervin Lazslo lo decía así: “La manera en que los jóvenes viven la lucha por la supervivencia material tiene como resultado la frustración y el resentimiento”. Y uno de nuestros más afamados psiquiatras, Enrique Rojas, ponía definitivamente el dedo en la llaga: “En estos momentos, la enfermedad de Occidente es la de la abundancia: tener todo lo material y haber reducido al mínimo lo espiritual”.
Quizá por ello los jóvenes no se sienten totalmente felices. Y piden más. O, quizás, otra cosa:
“Dame una rosa que no se marchite”, pide la canción de los románticos que se mueren.
En estos momentos, de esas ya casi no nos quedan.

www.franciscorodrigueztejedor.com



 Contento y orgulloso, detrás de mí pueden verse los dos primeros aspersores. Todos los días a partir de ahora mi césped recibirá una ducha generosa para que pueda permanecer joven y bello durante todo el verano.

martes, 15 de julio de 2025

DÍAS FELICES

 


Hoy me toca escribir un capítulo muy duro de mi novela, arrastro los pies para no querer empezar. Ese volver la cabeza y echar una mirada a ese mundo oscuro, malévolo y cabrón no me apetece nada. Pero existir, existe, inclusive dentro de cada uno de nosotros. Me armo de valor para bajar al "Sótano" que es como se titula.

Pero, antes, trato de darme un chapuzón en momentos agradables, placenteros, de los que también existen, afortunadamente, en nuestro devenir. Tengo a la vista, la semana que viene un viaje familiar y me acuerdo de algún otro feliz en mi memoria. Lo busco y lo encuentro en este blog literario y personal:

Ahí va, como vitamina al mal trago que me espera hoy:


DÍAS DICHOSOS EN ALICANTE(1)

Cuando el escritor se dispone a plasmar en literatura estos días navideños, al sol de las playas de Alicante, para este blog literario y personal, se acuerda del libro de memorias del gran Umbral: "Días felices en Argüelles".  Lo que pasa es que el escritor no se atreve a titularlos así, aunque así los sienta. La felicidad es una liebre asustadiza que, de vez en cuando, corre a nuestro lado y, en un tris, desaparece tras los arbustos. Él no quisiera que estos días desaparecieran de su recuerdo y, mucho menos, que se asustaran por el uso de ese adjetivo tan rotundo de "felices" y tardaran en volver a aparecer. 

El escritor viaja en coche con su mujer y sus hijos, ya mayores, que tienen, desde hace tiempo, sus propias parejas, pero que, por diversas carambolas del destino, quieren pasar unos días de estas navidades  con sus padres.  Y, ellos, encantados, claro, mientras quieran estar con sus papis y estos no interfieran en las vidas de sus hijos. El escritor sigue un viejo consejo que alguien sabio le dio una vez: "Para llevarte bien con tus hijos, tú, boquita cerrada, y cartera abierta". Y él añadiría: "Y que se sientan protagonistas".

El padre del escritor, muy sabio en casi todo, no llevaba bien, sin embargo, eso de ir en el asiento de atrás del coche. "Cuando te relegan al asiento de atrás, malo" le decía. Al escritor, por contra, no solamente no le importa, sino que lo prefiere. Ir él y su mujer relajados en la parte de atrás del auto, contemplando el paisaje, que es como ver pasar la vida, se dice, mientras piensa que envejecer es cada vez más mirar, reflexionar, recordar, aconsejar, dejando la acción para los más jóvenes, los protagonistas del futuro. Así que él hace una parte del trayecto y el resto se lo reparten sus dos hijos, encantados, además. 

El escritor tiene un coche grande, muy aparente, un todoterreno negro de alta gama y marca de élite. En su época de financiero se lo prestaba su empresa como vehículo de representación, él, un chico ahorrador y de pueblo, nunca hubiera hecho ese dispendio. Cuando llegó su jubilación llegó a un acuerdo muy favorable con su empresa y ahora se pasea en él y, sobre todo, contempla, orgulloso, cómo disfrutan sus hijos, domándolo, y disfrutando de un vehículo más completo que sus utilitarios. Tal vez eso les incentive, piensa él, a pencar y pencar, para perseguir sueños y ambiciones que conllevan, también, sus correspondientes zanahorias. Como él hizo.

Alejarse de Madrid es alejarse de los problemas cotidianos. Y una persona sin problemas desarrolla buen carácter y un sentido del humor reconfortante y agudo. Así que todo son bromas y buen rollo dentro del coche. De vez en cuando, los jóvenes ponen música de ahora y los padres se dan cuenta que es maravilloso estar cerca de los jóvenes, el problema es que los jóvenes quieran estar cerca de los viejos,  claro. Pero estos días están de suerte.

Al escritor le gusta pararse a comer en carretera y dejarse llevar por la improvisación. No tiene sitios predeterminados, eso que viaja con frecuencia por la A-3. Viajar es incentivar lo inesperado, lo sorprendente. Ello te sacude de la modorra de tu vida rutinaria en la gran ciudad, despierta tus sentidos y te hace rejuvenecer.

En la comida, el escritor y su mujer se interesan por los planes de sus hijos para el año próximo. No hay nada que les guste más a los hijos que hablar de lo que quieren hacer y que sus padres les escuchen, a ser posible sin opinar con esos juicios, que los hijos ya se saben de sobra. El escritor se piensa a sí mismo de joven, cuando tenía una edad parecida. Sí, envejecer es vivir dos veces.

Llegan al mar. El mar, piensa el escritor, nos recoge como afluentes suyos. Como ríos que vierten sus problemas en él, y nos despoja de todos los caparazones con que nos hemos ido vistiendo en la gran ciudad. Al escritor, ni muy playero, ni tampoco deportista del agua, bueno, ni de la tierra tampoco, lo que le gusta es mirarlo, pasear por su cinta de espuma que choca con la arena de la playa, con los pies refrescándose en él, sorprenderse con  los rayos de la luna surfeando de noche en sus rizadas aguas y dejarse llevar por su inmensidad, por la inmensidad de su belleza, quiere uno decir.

Así que nada más llegar y dejar las maletas, se van al Paseo de El Albir, por esa primera estampa del mar, atardeciendo ya, hubiera merecido la pena este viaje, piensa. Con el paso de los días, sin embargo, el mar llega a ser también rutinario y anodino. Pasa como cuando compras un cuadro hermoso que te gusta, los primeros días no haces más que mirarlo, luego, quizás, ya ni reparas en él. Por eso él ama esos viajes cortos, de unos pocos días, como este, donde el embrujo del mar no pierde efecto.

                                                                                                                    Continuará...

 (para el proyecto "Envejecer")


Algunas fotos de recuerdo, para este diario literario y personal:

lunes, 14 de julio de 2025

LA LITERATURA Y LAS PLANTAS DE MI TERRAZA

 



Hoy,  mientras me conjuro para arremeter contra mi novela, que me está dando muchos quebraderos de cabeza, riego como siempre las plantas de mi terraza. Es un rito que tiene ya muchos años. De hecho, ellas son el punto de inflexión que, un día, me hizo descubrir la literatura dentro de mí. Escucho este Wide  Open de los Chemical Brothers, que tienen un vídeo que me gusta mucho y me viene al pelo: cómo llegar a tu esencia:  https://www.youtube.com/watch?v=BC2dRkm8ATU.

El cómo llegué yo a la literatura lo cuento en Regreso al Sauce Curvo, una novela que no es tan autobiográfica como parece, aunque sí que tenga retazos como este:

Salí a la terraza. A regar las plantas. Las plantas eran una cosa mía, yo las regaba cuando volvía todas las tardes, más bien noches, de trabajar en el banco. A mayor ascenso más trabajo. Román Letona, cada vez más workaholic, nos apretaba de lo lindo.

Pero a mí me relajaba regar las plantas. Llevaba en el bolsillo el papel que había escrito la noche anterior, después de regar. Me lo saqué y lo volví a leer. Decía así:

«EN LA TERRAZA

Las tardes, casi noches, después de regar, contemplo el cielo. Antes, las plantas me han mirado satisfechas, agradecidas. Me ofrecen la sencillez profunda de su belleza verde y amarilla. Aparentemente solo necesitan el agua que yo les doy, qué bien.

    Después, está el cielo infinito que me hermana con las plantas verdes, con esa bandada de vencejos zigzagueantes sobrevolando a la altiva urraca, que los mira sin pestañear desde la antena solitaria. Pero, sobre todo, me une a esa fila de hormigas, que caminan laboriosas y diligentes sobre la balaustrada, persiguiendo no sé qué fin.

Tarde a tarde, noche a noche, busco el cielo para refugiarme y consolarme, y también para compensarme, del fracaso penoso de cada día. ¡Tanta energía gastada en la dirección equivocada!

Alienado por el estrés, enajenado y engañado por todos los señuelos, por todas las trampas, por todas las obediencias que conscientemente asumo, solo en el cielo breve que acompaña mis últimas horas me congracio con la vida. Siento que me uno, gozoso, al latido íntimo que gobierna el corazón del universo, tranquilo, eterno y, sin embargo, tristemente fugaz».


Regué las plantas. Y maduré mi decisión. Me gustaba lo que había escrito. Había algo que faltaba en mi vida. Algo que estaba muy profundo, enterrado entre cien mil cascotes. Y yo ya había descubierto lo que era.

Sí, aquel día descubrí que a mí me gustaba escribir. Siempre me había gustado, de hecho, escribía de vez en cuando, en ratos perdidos: un poema, un relato, que guardaba, luego, por los cajones de la boiserie del salón, o en mi mesilla, y acababa extraviando más pronto que tarde.

Como escribí también aquellos diarios de adolescente, que tanto me ayudaron en mi adaptación a Madrid. Después, cuando mis padres, tratando de orientar mi futuro, me encaminaron hacia la banca, con ayuda de don Braulio, yo ya no tuve opción de hacer Filosofía y Letras, que era lo que en realidad me gustaba, sino lo que tocaba: Ciencias Económicas y Empresariales. Pero, aquel río subterráneo, siempre estuvo allí. Y, ahora, llegaba a mi Barbarija particular. Llamaba con fuerza a mi puerta aquel manantial subterráneo, que ya no quería serlo.

Aquel día, me juré que escribiría un libro entero y lo publicaría lo antes que pudiera. No sabía yo entonces lo duro que era escribir un libro, compaginarlo con un trabajo muy competitivo, y con una familia a la que adoraba, pero, que también, tenía sus problemas que había que gestionar. Me llevaría varios años escribirlo. Pero mereció la pena.


Lo mismo me digo con esta novela. Me cuesta sangre, sudor y lágrimas, pero, merecerá la pena. De veintiún capítulos me faltan cuatro, ya casi voy arrastrándome en estas últimas estribaciones de la cima. ¡Antes de ir a Londres el próximo 25, le habré echado el cierre a este primerísimo borrador! Luego, empezará la parte más importante. ¡Vamos a por ello!


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