martes, 23 de septiembre de 2025

VIAJE A RUMANÍA: MUCHO MÁS QUE EL PAÍS DE DRÁCULA.

 







A veces, se pinta a todo un país de un solo y burdo brochazo: España es el país de los toros o, más modernamente, de las “tres eses” que acompañan a la S de Spain: sand, sun and sex, olvidándose del rico acervo cultural que está más allá del verano y las playas.
Lo de Rumanía es si, cabe, todavía más reduccionista: mira que centrar la imagen del país en uno de sus más perversos compatriotas: Vlad III de Valaquia, más conocido por Vlad el Empalador o Vlad el Drácula, un personaje cruel y sanguinario que empaló a miles de sus súbditos. Ya empalar pone los pelos de punta y si, además, este personaje se eleva a icono literario de la mano del escritor irlandés Bram Stoker, que lo recreó como el vampiro Conde Drácula, apaga y vámonos. Uno llega a Rumanía con la prevención de encontrarse un país oscuro, misterioso y acechante.
Nada más lejos de la realidad, Rumanía es un país que al escritor le recuerda mucho a España: una vieja e histórica nación, romana como la nuestra, con un idioma parecido –es admirable cómo los rumanos aprenden el español en cuatro zancadas– y con una historia reciente similar: España sufrió una dictadura por casi 40 años que terminó en 1975 y Rumanía por otros 40 que terminó en 1989. Y esos catorce años de diferencia son los que explican el retraso con España.
Por ello, lo que se encuentra el escritor es un país esforzado que progresa rápido en el marco de la Unión Europea, pero, todavía con una necesidad de mejores infraestructuras, muy pocas autovías ha visto, y con unos salarios muy bajos que empujan a muchos rumanos a la emigración, siendo España, ojo, uno de los destinos principales, aunque no tenga los salarios más altos de Europa, ni por asomo, pero sí una forma de vida: clima, gastronomía, idioma y familiaridad que al rumano le encantan.
Bucarest a la que los rumanos la llaman la París del Este, quizás de forma un tanto excesiva, aunque sí sorprenda por su monumentalidad, es una ciudad bulliciosa y llena de ambiente. Goza del Parlamento mayor del mundo, con diez mil salas sostenidas por unas columnas altísimas, quizás todo ello para compensar la baja estatura y los pocos escrúpulos democráticos del dictador que lo construyó: Ceausescu.





En Brasov destaca la Iglesia Negra, por el incendio que la destruyó, y unas calles peatonales llenas de terrazas y heladerías, donde el escritor se agencia unos cuantos helados de los que le gustan, y los disfruta junto a una magnífica fuente donde se citan casi todos los jóvenes y viejos de la ciudad.



Del castillo de Bran, más conocido por el castillo de Drácula (palabra que procede de la de dragón), lo que más le gusta al escritor es el paisaje que lo circunda, lleno de bosques bellísimos en un acorde día lluvioso y gris. El interior le decepciona, muy turistizado, lleno de ataúdes, salas de torturas y disfraces que no aportan nada nuevo. Más interesante es el castillo de Perles, Palacio de Invierno de los Reyes, en la llamada “perla de los Cárpatos”: Sinaia, amueblado con nogal macizo y esculturas de mármol blanco. El escritor y sus compañeros de aventura acaban durmiendo en Poiana Brasov, un lugar recóndito y boscoso, rodeado de montañas y lagos donde por la noche aúlla y hasta suele bajar el lobo.






    Al día siguiente, les esperan dos ciudades que hacen cumbre en la belleza del país: Sibiu, para el escritor la mejor, con un casco antiguo espacioso y bellísimo donde destacan la plaza Mayor y el Puente de los Mentirosos, sobre cuyo nombre circulan muchas leyendas: un día los soldados de la Academia Militar quedaron allí con sus prometidas, que los esperaron toda una tarde y, al final, no acudieron y se marcharon sin despedirse siquiera, de ahí el nombre de Puente de los Mentirosos o de la Mentira. Una variante de esta historia es que sí que aparecieron y aquellas chicas, rendidas, les confesaron que ellos eran su primer amor, la mentira vino después cuando, tras casarse, descubrieron que la mayoría de ellas ya no eran vírgenes. En fin, ahí queda.

    Muy cerca se encuentra la pequeña perla de Sighisoara, donde lo que menos importa es que allí naciera Drácula, sino la belleza de sus calles medievales que forman un conjunto de una belleza sin igual, premiado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. El escritor lo que más recordará de esta joya es una velada en una de sus magníficas terrazas cubiertas de bombillas que no ocultaban el cielo azul y sus titilantes estrellas. Bajo las mismas, se atrevió a probar, siempre es un lanzado para estas cosas, el combinado “Sex and Beach”, junto a su musa y a otra encantadora pareja de amigos del viaje. La conversación es irreproducible pero sí quiere dejar constancia del sustrato de alegría y juventud que todavía conserva en su interior

El Lago Rojo y las Gargantas de Vicaz son un paisaje impresionante, unas montañas y unos bosques feroces que estremecen al escritor cuando los cruza. En invierno llegan a 28 grados bajo cero, a él le gustaría estar allí entonces, pero se consuela, qué remedio, recreándolo en su frondosa imaginación. La vida está llena de renunciaciones.





La región de Bucovina atesora una colección de monasterios de los siglos XV y XVI que conmueve. Frescos que cubren sus fachadas y su interior mostrando la inmensa búsqueda del hombre de un dios, de una paternidad para no encontrarse solo en el mundo. Al escritor le gustaría gastar una semana entera relajándose en estos parajes llenos de tranquilidad, de flores, de historia y de filosofía de la vida, que a veces dentro de sí no se encuentra. Tal vez por eso mismo, se construyeron entonces estos y otros monasterios, le da por pensar.





Con la hondura de estas reflexiones en su zurrón, al día siguiente el escritor y su grupo recorren el camino de vuelta hacia Bucarest: por su retina desfilan los paisajes de Bucovina, de Moldavia, de Transilvania (este nombre tan bonito significa “más allá de los bosques”), de Valaquia… Una última copa en el Vanity de Bucarest, en este caso de Aperol Spritz, y se dispone a cumplir rigurosamente las estrictas órdenes de la estupenda y carismática guía que les ha tocado, la maternal Cornelia: a las cinco de la mañana en pie, para coger el avión de vuelta a Madrid que sale a las nueve.

El escritor cierra los ojos en el avión y se deja embargar, una vez más, por la esencia de este viejo país, que está entrando ahora en una nueva juventud. Nunca lo olvidará. Le falta por arreglar todavía algunas cosas, pero tiene unos cimientos sólidos y bellos para edificar un lugar sugerente al que volver. Porque así sea.

FOTOS: En el Palacio de Invierno. En el Parlamento. En Bran con unas compañeras de viaje.En el Puente de las Mentiras. En el Palacio de Invierno. Cerca del Lago Rojo. En el Parlamento.




www.franciscorodrigueztejedor.com



domingo, 14 de septiembre de 2025

¡ENHORABUENA, CAMPEÓN!

 


¡ENHORABUENA A NUESTRO HIJO LONDINENSE!




Tras una semana de sufrimiento sin comunicación alguna con él, recibimos esta foto en la cima del Kilimanjaro. ¡Enhorabuena, Guille, campeón! Y, aunque estés molido para varios días, ¡siempre lo recordarás!

miércoles, 10 de septiembre de 2025

EMPIEZA NUEVO CURSO

 


    Para mí los años empiezan como para los estudiantes: en septiembre. Así que hemos aprovechado el verano hasta donde hemos podido. Tras la última semana de agosto, muy intensa: visita de nuestro hijo londinense, dos cenas de cumpleaños, una boda y primera revisión de mi novela, nos hemos fugado, mi musa y yo, unos días a nuestra cabaña de Alicante. A darnos el último baño, despedirnos del verano y prepararnos para el presente curso. Unas fotos de recuerdo para este diario literario y personal:



De boda. Nos falta la cuarta de este año, en octubre.




Mi musa leyendo el borrador de mi novela, ya cayendo la anochecida en la playa.




Invitando a cenar a mi musa, en agradecimiento, en un restaurante de Altea.



Paseando frente al mar por el Albir.



    Aterrizados en Madrid, me pongo al día en redes y me meto de hoz y coz con la revisión de mi novela y, sobre todo, seguimos en vilo el paso de los días, deseando que llegue el domingo. Hasta entonces, no sabremos nada de nuestro hijo, apagón informativo total, en su subida al Kilimanjaro, eso es ser joven, tenemos que asumir, enfrentarse a lo desconocido.

    Entre tanto, me reconforto con los buenos ratos que hemos pasado este verano, tanto en nuestra visita a Londres, como en la suya a Madrid.




En la sepertina de Hyde Park.


Mostrando las oficinas de Fiera Infraestructure a sus padres en Londres.


Preparado para subir al Kilimanjaro:


Con mi musa en el Puente de Londres.




    Sí, se pasa otro verano, y nos deja su música. Esa que formará parte de la partitura de nuestra vida. Sí, nos quedará, muy dentro, esa música inolvidable, como en este relato que yo escribí hace ya algunos veranos. Ahí va:


QUEDARÁ LA MÚSICA

Después de cenar íbamos a dar un paseo cuando nos embargó el sonido de la música. Nos llegó reverberando entre las columnas, los espejos, el murmullo de la gente deambulando por el lobby del hotel.
Era una música en vivo y, mientras saboreábamos un par de combinados, tú observabas a las parejas que bailaban. En esa noche de alegría, de despreocupación, de vacaciones. Y me apretabas el brazo, como sé que lo haces cuando estás contenta.
    La orquesta, quién sabe por qué, me recordó de golpe a la del Titanic. Dentro de no muchos años no quedaría nadie de los que allí estábamos. Dónde iría toda aquella alegría, la complicidad de los cuerpos, las caricias y los besos de todas aquellas parejas, que continuarían, luego, mucho más apasionadas, sin duda, al otro lado de las puertas de las habitaciones. Todo aquel barco se estaba yendo ya a pique, escorándose lentamente hacia el abismo. Los únicos cuerdos debían ser los músicos de la orquesta que tocaban «El último vals» y nunca abandonarían la nave. Estoicos y escépticos, mientras les llegaba el agua a la rodilla.
    Sí, sólo quedaría la música de aquella noche en el recuerdo submarino de todos nosotros, pasadas unas décadas. En el silencio eterno que sólo recorren los peces.
    Tal vez porque me viste triste, me apretaste el brazo un poco más: «Venga, vamos a bailar».
    Sí, al final sólo quedaría la música de aquella noche. La fragancia de tu cuerpo entre mis brazos. Y el susurro de tu aliento en mi oído: «Sabes que te querré eternamente».
    Entonces me pareció que el músico del violín sonreía. Yo ya lo había visto antes. Aunque dónde, cuándo.
    A veces, pienso que ya he estado en los sitios, que todo es una repetición de algo ya vivido. Por eso me acerqué al músico del violín: «¿Qué es todo esto?».
    Él me sonrió de nuevo y se acercó al micrófono: «Y como despedida, esta balada de Celine Lion: “Mi corazón seguirá”».
    Sí, al final del final sólo quedará la música.
Y las estrofas que un día llenaron nuestro pecho bailarán entonces en las ondas que producen los peces: «El amor puede tocarnos una vez. Y durar toda una vida. Pase lo que pase, mi corazón seguirá…»


    A veces, no sabes por qué, ves a tu pareja, o te ven a ti, llorar de una forma extraña. En una noche llena de alegría, de despreocupación. De vacaciones.


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jueves, 4 de septiembre de 2025

ÚLTIMO VIAJE A LONDRES: ESOS HIJOS DE LA GRAN BRETAÑA.

 




ÚLTIMO VIAJE A LONDRES: ESOS HIJOS DE LA GRAN BRETAÑA.

        Yo al Reino Unido he viajado mucho. Probablemente, al país que más. Estuve, de joven, dos veranos en Oxford y Canterbury estudiando inglés y otro verano hice un viaje inenarrable por todo el país, un tour solo para jóvenes internacionales con nuestra mochila y nuestra tienda de campaña, algo loco, rebelde y libertario.
        Después, por motivos profesionales, he viajado muchas veces a la capital, inclusive tuve durante algunos años un pequeño equipo que me reportaba en la sucursal que mi empresa tenía allí. Es un país al que le tengo mucho cariño, inclusive a los ingleses, esos fieros leones de antaño que solo son, ahora, apenas unos domésticos gatitos.
      Hacía quince años que no iba a Londres y, tal vez por ello, me ha impactado su decadencia sobremanera. Que es la decadencia de toda Europa, ¡y la nuestra!, vamos todos en el mismo barco que ellos.Ya en Londres solo es valioso lo que fue, esa gran capital del último imperio europeo. Desde entonces, no se ha hecho nada, se nota la falta de inversión en el metro, en los aeropuertos, inclusive en el mítico Heathrow que ahora está muy detrás del de Barajas. Y, sobre todo, no han invertido en ellos mismos. Londres hoy parece Islamabad, o Nueva Delhi, apenas ve uno aquellos mozos rubios y altos, aquellos hijos de la Gran Bretaña.
    Nos recoge un coche en el aeropuerto de Gatwick, que está, efectivamente, a tomar por Gatwick: casi dos horas para llegar a la capital dentro de un tráfico infernal. El chófer es pakistaní, como casi todos allí, mi mujer y mi hija, muy inteligentes, me dejan delante con él. Así que me paso esas dos horas hablando con Yasuf, mientras ellas disfrutan el paisaje. Pero, al final, han sido muy interesantes y productivas.
    Hablamos de la emigración, claro. “Nosotros no queremos venir aquí, estamos mejor en nuestra tierra y con nuestra gente, es muy duro dejar a tus padres y hermanos, aprender un nuevo idioma, nuevas costumbres, ¡saber conllevar este tiempo!”. El tiempo da mucho juego en las conversaciones, así que le pregunto: “¿Y cómo definirías el tiempo inglés?”. Yasuf se rasca la perilla y me habla: “A lo mejor ya lo han dicho otros, pero a mí me recuerda el carácter de las mujeres, aquí pasamos del sol a las nubes como ellas pasan de la alegría al enfado, en fin, hay que surfearlo”.
    Volvemos al tema de la emigración: “Venimos porque nos necesitan. Es mentira que quieran ayudarnos, si quisieran hacerlo de verdad nos ayudarían en nuestro propio país. Todo son facilidades para venir, porque sin nosotros este país se iba a la mierda”. No le digo nada, pero me acuerdo de nuestra España, donde si no vienen cada año 500.000 emigrantes se va también a la ídem. Así que Yasuf continúa: “Esta relación de dependencia máxima que tienen con nosotros, acabará en una relación tóxica, como todas de las de esta naturaleza, acabaremos controlando este país y dominando a su gente, que serán nuestros subordinados, y su cultura desaparecerá. Ya se están dando cuenta de la situación, de ahí esos movimientos políticos contra la emigración. Pero el problema no somos nosotros, sino vosotros, que no podéis dejar de ser dependientes nuestros”.
    Me sorprende la perspicacia de Yasuf, que es capaz de ver el fondo del asunto entre las neblinas que tejen nuestros políticos, a los que solo les preocupa el tiempo que falta hasta las próximas elecciones. Y el fondo del asunto es un tema de estado que requiere un tiempo largo de gestación, pero, como digo, no hay políticos de largo plazo sino solo del titular del periódico de mañana.
    Todos los que hemos viajado mucho, lo tenemos muy claro. Europa es un barco que se hunde desde hace muchos años, solo es valioso lo que fue, como en Londres: esos monumentos y antigüedades de nuestros tiempos de gloria de las que ahora disfrutan, pagando, claro, (es de lo que nosotros vivimos), todos los turistas que nos visitan y que son los que ahora pitan, lideran, en este mundo nuevo.
    A los imperios no los derriban, se desmoronan ellos solos: Europa no apuesta ni por sus hijos, ni por su cultura. Los traemos ambos de fuera y dentro de no mucho, ya no seremos capaces ni de reconocernos.
    Y los emigrantes no tienen ninguna culpa, ojo. La tienen nuestra desidia, abulia, falta de ilusión, ensimismamiento, falta de amor al trabajo y al esfuerzo y un proyecto ilusionante y compartido.
    Como me decía un amigo al que estimo: llevamos muchos años los europeos, y Occidente en general, viviendo del cuento, trabajando poco y, lo que es peor, pareciéndonos todavía mucho. E inventando señuelos, que engañan momentáneamente, para seguir manteniendo esta ficción
    Sí, hace unos años descubrimos el señuelo de la globalización que, entre otras cosas, significa: en vez de producir, de trabajar nosotros, que lo hagan otros países, como China, India, etc., donde hay unos salarios de mierda, luego nosotros se los compramos a precio de la ídem y así podemos consumir mucho más sin trabajar.
    Vino el Covid, se cerraron las fronteras y nos dimos cuenta de que nosotros no producíamos nada, ni siquiera mascarillas: solo éramos unos gigantes con pies de barro.
    Pero, hemos descubierto otro señuelo: si la globalización es peligrosa, traigamos esos trabajadores con salarios de mierda a nuestro propio país, para hacer trabajos de la ídem que nosotros no queremos. Otra forma de vivir a costa de otros. Pero, claro, todo tiene un coste: menor cohesión social, problemas de integración, incógnitas sobre el futuro. Por lo que ya estamos pensando en lo siguiente: emigración, sí, pero, no descontrolada, quiere decirse que ahora deberá estar totalmente subordinada a nuestros intereses.
    Nadie parece preocuparse del tema de fondo: esa ilusión individual y colectiva que nos mueva de nuevo a dedicar todas nuestras fuerzas por construir por nosotros mismos un presente y un futuro mejor para nuestros hijos. ¿Quién dijo hijos? Ahí está otro de los grandes problemas.
    Miro lo que me gusta de Londres: esos parques, esas praderas verdes de Hyde Park, de Regents Park que la gente disfruta y ama, ese Parlamento bellísimo donde un día, hace ya mucho, se inventó la democracia, como también se inventó el fútbol y ese idioma que ya es de todos. Y veo también lo que están haciendo ahora y no me gusta: el London Eye, que me parece una horterada de cuidado, tanto como esos especie de bicitaxis chinos al descubierto, con música a todo volumen y colores chillones que ofrecen a los turistas, y que convierten al centro de la capital en una especie de Benidorm. ¡Qué pena! ¡Y lo que nos queda por ver!
    Vuelvo de Londres, donde he pasado unos días soleados y a nivel personal muy felices, con las palabras de Yasuf en mi cabeza, quizás ya estaban antes, y con la pena por esta Europa cada vez más irrelevante en el mundo –Trump, Putin, Xi, nos están sacando los colores todos los días– y, sobre todo, con el dolor por la falta de un liderazgo que nos haga salir de este charco en el que chapoteamos alelados, mientras otros brillan y a nosotros cada vez nos queda menos agua.
Sí, vuelvo de Londres, esa ciudad soñada un día, que fue un faro para mí. Siento por ella, ya no admiración, sino solo ternura. Como por esos hijos de la Gran Bretaña, cada vez más escasos, en los que nos hemos ido convirtiendo todos.


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lunes, 25 de agosto de 2025

¿PUEBLOS O CIUDADES?

 


Lo primero, agradecer a todos los espectadores la magnífica audiencia que han otorgado al vídeo homenaje a mi pueblo, https://www.youtube.com/watch?v=zgDVnjYkWt8 que anda ya en su primera semana por más de 1200 visitas en you tube, varias veces la población del mismo. 

Al hilo de su realización  escribí este artículo, seguro que los que habéis visto el vídeo lo entenderéis muy bien:

     ¿PUEBLOS O CIUDADES?

Si analizáramos los principales indicadores relativos a la población o a la economía de un país desarrollado, veríamos que las ciudades ganan a los pueblos por goleada, en un proceso de absorción que parece que no tiene fin.
Sin embargo, hay algunos brotes verdes que indican que algo está cambiando. La gente empieza a preguntarse cosas. No es oro todo lo que reluce en la gran ciudad: la gente huye de los pueblos porque dicen que no quieren estar solos, pero, ¿será cierto esto que afirmaba ya en el siglo XIX el escritor Henry David Thorau: “La ciudad es un lugar donde miles de personas están solas juntas”? ¿Y qué opinan de aquello que dijo el premio Cervantes Octavio Paz: “Las ciudades modernas solo son desiertos de gente”? Esos desiertos que solo producen soledad e incomunicación, llenos de grandes bloques donde no se vive “al lado de” sino unos encima de otros, como ya nos avisaba Eduardo Galeano: “Las ciudades se han convertido en jaulas verticales”.
Algún fan urbanita podría argumentar que, en los pueblos, aparte de que no hay gente, no hay nada para disfrutar de la vida. Pero, cada vez más ciudadanos se preguntan si no será que “las ciudades solo hacen que crear necesidades artificiales que solo llevan a angustias innecesarias”, como afirmaba el filósofo Jean Jacques Rousseau o que “producen un ruido tan alto que ahoga el alma de los individuos”, como resaltaba Fernando Pessoa.
Cada vez más gente piensa en este dilema: ¿Pueblos o ciudades? Y, más ahora, donde los precios inmobiliarios están no en las nubes, sino casi en las estrellas. Y se rascan la cabeza enfrentando las ventajas e inconvenientes de los pueblos:
Ventajas:
Tranquilidad: la ausencia de ruido, tráfico y estrés convierte a los pueblos pequeños, en auténticos refugios de paz.
Naturaleza: el contacto diario con el entorno natural favorece la salud física y mental.
Comunidad: aunque pequeña, la vida social en ellos es más estrecha y cercana que en las ciudades.
Coste de vida: en general, los gastos de vivienda y alimentación son menores que en zonas urbanas.

Desventajas:
Falta de servicios: muchos pueblos carecen de médico, escuela, farmacia o incluso tienda de alimentos.
Aislamiento digital: aunque mejora poco a poco, la cobertura móvil o de internet es deficiente en muchas áreas.
Escasas oportunidades laborales: salvo en sectores agrícolas o turísticos, el empleo es muy limitado.
Envejecimiento: la mayoría de la población supera los 65 años, lo que afecta al dinamismo y sostenibilidad local.

Y el escritor de este artículo, que respeta más que nadie el libre albedrío de la gente, deja que cada cual vaya sacando sus propias conclusiones para tratar de ser lo más feliz posible, que es lo que importa. Aunque él lo tiene muy claro desde hace tiempo: él se siente como uno de los privilegiados que tiene pueblo y ciudad, que nació en una comunidad pequeña, como Sacecorbo, donde todo el mundo se conocía y tenía a toda su familia alrededor, y aprendió a vivir de la austeridad, que solo significa como todo el mundo conoce: saber disfrutar mucho más de aquello que logras alcanzar, y guardar algo también para cuando las nóminas mengüen, esto sí que es desarrollo sostenible, que está tan de moda ahora. Y aprendió también a conocer y deleitarse con la naturaleza, ¡y tantas otras cosas!
Luego, aprendió a amar a una ciudad como Madrid, abierta a todo el que llega, competitiva pero llena de meritocracia, de oportunidades, de progreso, de grandes empresas, de formación y de mucho futuro. ¡Ay, pero que también sufre de las incomodidades, contaminación, ruido, estrés y mil puñales más que se te clavan en tu interior y que pueden amargarte la vida!
Cuando eso le ocurre, él tiene su remedio, piensa el escritor, su particular farmacia, su médico de cabecera, que es coger su coche y en un pispás acercarse a su pueblo. A Sacecorbo. Asomar por el cementerio y saludar a sus padres que yacen, solo dormidos cree él, rodeados de toda esa comunidad de personas que el escritor conoció y acompañó a su último destino, de niño, siendo monaguillo, y que todavía recuerda en qué casa vivió cada una y qué circunstancias la rodearon. Esa comunidad de los que se fueron, pero que siguen ahí, esperándonos, en ese barrio que es uno más del pueblo. Ahí nos reuniremos todos los que vivimos un día juntos, que es algo que jamás te podrá ofrecer la gran ciudad.
O tomarte un café sin prisas en el bar y charlar de cosas de hace cincuenta o sesenta años con un viejo compañero de escuela con el que te une más autenticidad y verdad que con cualquiera.
Recorrer los caminos, los senderos que llevan a la Barbarija, a Monseco o al Barranco de la Hoz, que es como recorrer toda tu vida de nuevo, ligero de equipaje, respirando un aire más puro que ninguno y una luz que ya quisieran en la Puerta del Sol.
O gastar unos días en las Fiestas de San Bartolomé, o “con el hombre orquesta”, de la Asociación de vecinos y jubilados, bailando esas canciones que llevan tu corazón y tu cabeza a aquellas primeras historias de amor que te han conducido a lo que ahora eres.
Sí, el escritor, cada semana, tiene que ir a segar, a regar el césped, como otros plantan tomates y cebollas que, en realidad, son solo la excusa para ir a nuestro pueblo, para escapar de lo que tiene de cárcel la gran ciudad y reencontrarte con tu esencia, con la inocencia y la ilusión de cuando eras un niño.
Por todo esto, el escritor piensa que quienes más pueden hacer por sus pueblos, –y esto no es eximir a nuestros gobernantes en absoluto que tienen que convertir la España vaciada de oportunidades en la España llena de esperanza–, somos los que nacimos allí, los que sabemos la bondad de sus vitaminas, de sus cielos abiertos, del tiempo que va más despacio y que hace más larga la vida. Y quién sabe si más feliz.
Seguro que ese contagio llega a otros que ya se están preguntando cosas. A otros, que nunca tuvieron pueblo, y sienten, cuando nos miran, la envidia de tenerlo.
Porque regresar a los pueblos, en mayor o menor medida, es algo que no nos podemos perder. Regresar es “volver – como dice el tango– con la frente marchita/ las nieves del tiempo/ platearon mi sien/. Sentir/ que es un soplo la vida/ que veinte años no es nada/ que febril la mirada/ errante en las sombras/ te busca y te nombra. / Vivir con el alma aferrada/ a un dulce recuerdo…
Disfrutemos pues de nuestro pueblo a tope, los afortunados que lo tenemos, aunque vivamos lejos, y acérquense a ratos, si pueden, a las ciudades los que viven en él. El escritor, que ya tiene sus años, ha aprendido que en esta vida no debe quererse una cosa o la otra sino, precisamente, una cosa y la otra.
Tal vez, porque se acuerda de aquello que dijo el sabio: “el secreto de la vida feliz es tener muchas pasiones, pero ninguna dependencia”.
Así que, vivamos donde vivamos, no nos olvidemos nunca de gritar alto y fuerte, para que todo el mundo nos oiga, ¡que viva siempre también nuestro pueblo!
Porque así sea.

No dejéis de leer la trilogía de "El Sauce Curvo", cuyo primer tomo es "Memorias del Sauce Curvo" ambientada en mi pueblo de Sacecorbo, la disfrutaréis recordando vuestra niñez y juventud: https://shorturl.at/NTWHH,





domingo, 24 de agosto de 2025

TODOS L0S BESOS. FELIZ DÍA DE REGRESO

 


Hace unos meses preparé un vídeo con imágenes que me habían enviado algunos de los asistentes a la boda de mi hija, como un regalo a su regreso de su viaje de novios.

Hoy vuelve de nuevo, tras una segunda parte del mismo, solo por tantas vacaciones valdría la pena casarse y más si es con la persona de tu vida.

¡FELIZ REGRESO! ¡TODOS LOS BESOS Y TODOS LOS BUENOS DESEOS PARA VOSOTROS QUE ESTÁIS INICIANDO VUESTRO CAMINO!

Ahí va el vídeo con lo que escribí aquel día:

Todas las emociones. El tiempo, las estaciones, solo son una suma de emociones, de momentos pegados a los sentidos, alguien dijo, ahora no me acuerdo quién, que los sentidos son las ventanas del alma. Y el alma es esa incandescencia, ese rescoldo íntimo, que da calor, luz y energía a todo lo que somos.

Todos los besos. Besos de luz, de música, en la caída de la tarde. Hace tres semanas se casó mi hija. A ciento cincuenta metros de nuestra casa. La casó el mismo cura que a sus padres y ella llevaba la misma diadema de flores que su madre. El tiempo pasa pero no se va. Se queda prendido en las emociones de una tarde.

Hoy vuelve mi hija de viaje de novios y he querido regalarle a ella y a su marido este manojillo de imágenes, de luces, de besos y de emociones, de cuando salieron de la iglesia.  Han sido, no sé, seis o siete móviles diferentes, cuyos dueños han sido tan amables de enviarme las imágenes que grabaron de forma espontánea.  Mezclarlo todo ha sido un reto. Y un disfrute. El recuerdo es abrir de nuevo la caja de las emociones. Yo soy solo un artesano de lo que vi, de lo que sentí. Y me siento muy afortunado.

Ahí va, para este diario literario y personal, celebrando este día de regreso:TODOS LOS BESOS PARA ESTA JOVEN PAREJA:  https://youtu.be/82QexMZMJwU

Lo veo una última vez y me acuerdo de otro regalo que le hice poco antes de su boda. Sí, el tiempo no pasa. Solo es la misma emoción que gira sobre su eje, como hace la tierra todos los días. Pero, el tiempo sí nos da la oportunidad de intentar cumplir nuestros sueños.  Y yo le deseo que cumpla los suyos en él: 

https://youtu.be/Odmi8bXXbSQ?si=ebxLFwHuxsFVx5vP


sábado, 23 de agosto de 2025

¡BIENVENIDO A CASA!

 

Ya solo faltan unas horas para darte un fuerte abrazo, campeón. ¡Qué ganas!

Aunque solo sean unos días, y nada más llegar te vayas con tu amigo a San Sebastián en esa agenda frenética que siempre llevas contigo, como joven dinámico y emprendedor que eres. Disfrutaremos a tope estos momentos, mañana llega desde Francia tu hermana con Rubén y podremos juntarnos todos de nuevo. Por esto merece la pena dejar este año a San Bartolo solo en su pueblo, ya habrá otros años. 

Te ayudaremos con toda la logística y los preparativos para ese gran reto que te has impuesto: nada más y nada menos que subir al Kilimanjaro en la lejana Tanzania. Lo conseguirás, como guinda a este primer año de MBA, donde te has curtido tanto y has tenido tantas experiencias profesionales y personales. Disfruta de este minipermiso ¡y vamos a por el segundo año! Para nosotros será un placer estar a tu lado y celebrar el cumple de mamá a tu vuelta de San Sebastián todos juntos.

Cuando viniste las primeras vacaciones a Madrid las pasadas Navidades, escribí este post para este diario literario y personal. No puedo más que repetirlas, con el mismo videoclip de homenaje: ¡Bienvenido a casa, campeón!


¡BIENVENIDO A CASA, CAMPEÓN!

Vuelves como los antiguos expedicionarios, aquellos que iban en barco a descubrir nuevos mares. Sobre uno de ellos, escribirte tú un relato literario, ¿recuerdas? Vuelves en Navidad como los que emigran a abrir nuevos caminos, más amplios y de más recorrido, por los que luego transitar. Vuelves también para tomar un respiro y cargar las pilas para esa pelea por conseguir tu reto.

Y, nosotros, felices de verte de nuevo, aunque estemos en contacto a diario, podemos tocarte, abrazarte, estar juntos y pasar buenos ratos, lo mejor posible.

Así que, ¡bienvenido, campeón!

He preparado con el iMovie que tú me enseñaste a manejar, rebuscando en el desorden de cintas y fotos que tenemos, este homenaje para ti. ¡Ya apuntabas maneras entonces!

La digitalización que nos hicieron de las cintas no es muy buena, y el blog me permite poco peso, pero, aun así, brillas con todo tu esplendor. ¡Bienvenido a casa de nuevo! ¡Te queremos!

Ahí va, beautiful boy: